Takashi nació en Japón pero nunca dejaría Valencia.
Shokunin es una palabra japonesa para la que artesano se le queda corto pero maestro es demasiado generoso; en el Japón rural, shokunin es un recolector veraniego. Visto así, Takashi tiene parte de shakunin: recoge todo lo que ve en sus paseos por el Oceanogràfic para poder sembrarlo una vez llega a su taller.
Una condición que le pondría a todas las ciudades en las que vivir es que tengan mar. También es la condición que puso Takashi cuando a los 19 años recorrió 11.000km dejándolo todo atrás. Diecinueve años suele ser más o menos la edad a la que se hacen las cosas más impensables.
Lo curioso de esta historia no es que Takashi recorriera tantos kilómetros para venir a vivir a Valencia, sino que vino persiguiendo el mar. El mismo mar que alimenta, a la vez, su creatividad y su miedo.
Existe la tentación de idealizar lo desconocido, siempre latente. La vida es una paradoja en sí misma, pero ¿qué hacer cuando amigo y enemigo son el mismo?
Tienen un pacto tácito: supongo que al final es cómo funcionan todas las relaciones de admiración. Uno habla y el otro escucha. Sin pretensiones ni exigencias.
Si la inspiración es sentir que flotas en un mar de ideas, pocos lugares mejores se me ocurren que el oceanogràfic. Y a Takashi tampoco.